Hace ya cinco meses que me habían regalado una Kodak No. 2 Folding Autographic Brownie y todavía no la había probado. Entre una cosa y otra lo había ido dejando, pero finalmente ayer llegó el día.
Lo primero fue montar el carrete. Para ello tarde nada más y nada menos que media hora. No fue sencillo porque tenía que enganchar las dos bobinas, cada una en un extremo sin olvidarme del carrete. Es decir, que el papel estuviese hacia el lado de la “ventanita” roja donde vas viendo según avanzas el carrete cuantas fotos te quedan. Finalmente lo conseguí y al avanzar el carrete visualice el número 1, por lo que deduci que lo había montado bien.
Tras haber superado el primer capítulo quedaba el segundo, probarla. Para ello empleé la mañana del domingo, en compañía de mi compañero de “La mirada fotográfica”, Eduardo Ponce. Nuestro destino fue Durango donde paseamos por el casco viejo de la villa. La primera fotografía que realice fue junto al río Mañaria en el puente que comunica la parte antigua con el teatro San Agustín.
Coloqué mi trípode, saqué la cámara y la fijé sobre él. Es el momento en el que comienzas a intuir como hacer la fotografía. Con las cámaras de hoy en día es mucho más sencillo porque al ver el resultado ya sabes en que has fallado: más velocidad, menos apertura, un poco de sobrexposición… pero con las cámaras analógicas no. Por lo tanto empecé a realizar mis cábalas. Lo más sencillo de decidir en esta máquina es el enfoque, tan sólo hay tres posiciones: 2.5, 8 o 30 metros. Por lo tanto, opte por el número más alto. Después de esto tienes que pensar en la apertura del diafragma y la velocidad del disparo. Fijándome en la luz que había a esas horas disparé con una apertura de F6.3 (lo más abierto) y una velocidad de 1/25 de segundo.
Para disparar la foto, la cámara dispone de una pequeña palanquita que incita a que la máquina se mueva o una pequeña abertura donde colocar un cable disparador. Decidí realizar la primera fotografía con él, pero el “palito” que sale para accionar la captura se quedaba extendido, es decir, que me daba la sensación de que se quedaba enganchado en la cámara. Por lo que me dio por pensar que a lo mejor dejo el diafragma abierto durante el tiempo que yo tardaba en retirar el cable, entonces posiblemente salga mal. Esto no lo pude poner en práctica antes de poner el carrete porque el cable es de mi compañero Eduardo y no se me ocurrió hacerlo antes.
También es digno de destacar cuando llega la hora de elegir el encuadre. No tienes un pequeño agujero en el que poner el ojo guiñando el otro. Esta cámara tiene un visor de cristal esmerilizado encima del objetivo con el tamaño de un centímetro cuadrado en el que tienes que ver, mejor dicho, tienes que intuir el encuadre que tu deseas. Y por si eso fuera poco, ves la imagen como si fuera el reflejo de un espejo, es decir, lo que ves a la izquierda en el visor, en la realidad está a la derecha.
En definitiva, toda una experiencia. Poco a poco fui haciendo fotos hasta llegar a disparar la cámara de 1915 en seis ocasiones. Las dos primeras las realice con el cable y viendo que las dos veces pasó lo mismo no arriesgue en las siguientes exposiciones pasando a bajar la palanca con la mano, temiendo que la cámara tuviera una pequeña turbulencia.
Después de esto sólo quiero acabar el carrete para ver el resultado, si es que funciona. Esta es la verdadera magia de la fotografía no poder ver el resultado de tu trabajo hasta que lleves el carrete a revelar. ¿Se vera algo?