Revista Diario

Regalo envenenado

Publicado el 22 noviembre 2010 por Chirri
Buenos días, ya veo que has vuelto, ¿Qué es, morbo o curiosidad? Ten en cuenta que la curiosidad mató al gato, ja ja. Podemos continuar con la visita guiada por las tumbas con historias peculiares.
¿Esta tumba? Tiene su historia, una historia muy peculiar, el diablo anda dando vueltas detrás del espíritu que la habita, pero tardará en apoderarse del alma, bueno, no adelantaré la historia, que como todas tiene un principio.
Hace no muchos años, pues como puede verse el enterramiento es reciente, vivía en la ciudad de M… un conocido empresario, era el orgullo del gremio… y el terror de los trabajadores, trabajaba con ahínco en su empresa, más horas de las que era razonable exigir a su cuerpo… y a los de sus empleados, estos siempre andaban rabiando por las condiciones laborales impuestas, alejadas de toda legislación vigente, aprovechándose siempre de la falta de trabajo que les acuciaba por entonces.
Tantas exigencias imponía a su cuerpo, que al final no le bastaba café ni medicamentos para mantenerse despierto y ágil de mente, tantas horas como quería, por lo que ciertas drogas empezaron a circular por su torrente sanguíneo, inhaladas, aspiradas y deglutidas.
Todo esto le comenzó a desazonar, la salud le empezó a pasar factura a su cuerpo cada vez más maltrecho, hasta que un día dio con la solución, o eso creyó él, divagando en un breve y escaso momento de solaz, pensó: - Daría mi alma al diablo para que el día para mí tuviera treinta horas y si me muriera, al día siguiente a las ocho de la mañana, estuviera de nuevo abriendo la verja de la oficina como si nada hubiera pasado.
Hay veces que más nos vale estar con la boca cerrada, pues en aquel instante acertó a pasar un reclutador de almas para el maligno, el camello que le surtía de estupefacientes, se le presentó y le habló:
- Espero que no sea un “chungo” que te ha “dao”, porque la solución a tus problemas está más cerca de lo que crees.
- Mira, no tengo tiempo ni para discutir contigo, dime presto donde hay que firmar y lárgate que tengo mucho trabajo.
- Bueno, te explico brevemente las cláusulas, para ti el día tendrá treinta horas y cada vez que fallezcas, sólo tienes que salir de la tumba y todo será como si nada hubiera ocurrido, eso sí, tienes que salir antes que amanezca, sino, estarás vagando por la oscuridad hasta el fin de nuestro contrato que se fija en cien años.
- Perfecto, ¿dónde firmo?
- No hace falta “pringao”
Y sacando un papel de fumar, se lo restregó por la nariz, pues aun le goteaba sangre, como era frecuente en él, con este testigo de su pacto de sangre, lo guardó en su bolsillo y ante la aparición de un coche de policía en la esquina de la calle, simplemente despareció.
No creas que le dio mucha importancia al hecho, estaba embebido intensamente en cuadrar la caja del día.
- Malditas secretarias, seguro que me roban dinero de la caja.
Afortunadamente para él, había firmado el pacto en el justo momento que lo necesitó, pues su corazón se paró en aquel momento, esa misma mañana, al abrir la oficina sus empleados, extrañados que le cierre no estuviera echado, entraron con temor en la oficina, encontrándoselo en el suelo, con el rostro desencajado y más pálido, si cabe, que de ordinario.
Tras todo el día velando el cadáver, esa misma tarde, le enterraron, un par de horas antes de que amaneciera, el diablo cumpliendo su parte del pacto, le devolvió a la vida.
Abrió suavemente los ojos, y no tardó en darse cuenta de la situación en que se encontraba, empujó con fuerza la tapa del ataúd, y como sólo se había echado unas pocas paletadas de tierra, no le costó llegar hasta la superficie, se sacudió la tierra que le manchaba la cara y la calva y se encaminó con presteza hacia la salida del cementerio, allí paró un taxi y sin encomendarse a nadie, se marchó directo al trabajo.
A las ocho, entraron los trabajadores y le volvieron a encontrar trabajando como si nada, a ellos y al mundo, se les había borrado de la memoria el luctuoso hecho del día anterior, pero aun así, en su interior, notaban algo raro, no les cuadraba mucho la situación de normalidad que existía en la oficina, sentían que se les había hurtado algo, algún pensamiento o algún recuerdo.
Pasaron los meses y esta circunstancia continuó ocurriendo con alguna frecuencia, el tirano continuaba trabajando treinta horas al día, aunque el trabajo seguía igual de empantanado, pues siempre cometía el mismo pecado de no delegar por desconfianza, parte del trabajo a otras personas, por lo que siempre se le acumulaba trabajo.
También continuaba con la rutina de fallecer de vez en cuando, su corazón estaba realmente maltrecho y se negaba a continuar a aquel ritmo desaforado de estupefacientes y jornadas que se alargaban más allá de lo que una persona pudiera soportar.
Los trabajadores, continuaban teniendo una jornada cada cierto tiempo, en la que se sentían desvanecer, no bastaba con jornadas laborales leoninas y malos tratos de palabra, también sentían el ánimo caído, necesitaban un cambio en sus vidas y no sabían como obtenerlo.
Todo juego, aunque sea con la muerte, tiene su riesgo y el final llegó de la forma más inesperada.
Su corazón volvió a estallar por enésima vez, los ritos funerarios mil veces repetidos, se volvieron a celebrar, sus deudos y familiares volvieron a acompañar su torturado cuerpo a la fosa y allí después de un breve responso le dejaron ante el hipotético eterno descanso que le aguardaba, como todas las ocasiones, en medio de la noche volvió a la vida, empujó la tapa del ataúd y esta vez se encontró con la sorpresa de que ésta no se abría, lo intentó una y otra vez, apoyando incluso las rodillas para así hacer más fuerza, pero todos los esfuerzos fueron en vano, lo único que consiguió fue que una y otra vez se le detuviera el corazón y una y otra vez en virtud a su pacto volvía a la vida como si nada hubiera ocurrido, pero allí mismo en medio de su soledad y su angustia.
Y allí sigue esforzándose en levantar la tapa del ataúd para salir a la vida y volver al trabajo, aunque no le gustaría lo que iba a encontrar, su viuda tiempo ha que vendió la empresa y marchó a Marbella a disfrutar de los millones atesorados por el pobre hombre aquí recluido.
Veo que no me preguntas la razón por la que la tapa del ataúd no se abre, es posible que si tu cara me suena, fuera porque eres un ex-empleado del finado, por los corrillos de ultratumba, se rumorea que los empleados, cansados de su desazón, consultaron a una gitana que ejercía labores de pitonisa, la cual les aconsejó, que en el caso de fallecer su jefe, compraran de inmediato una lápida de quinientos kilogramos y en el mismo momento de darle tierra la pusieran encima, la viuda agradeció sobremanera aquel detalle, pero creo que no a todos les satisfizo.
¿Acaso me equivoco?
Regalo envenenado

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