Revista Diario

Silenciosa y solitaria.

Publicado el 20 diciembre 2010 por Julio
Silenciosa y solitaria.

Se levanta, mira por la ventana, se despereza, va a la ducha, se mira en el espejo, se sonríe, se ducha, se viste y antes de salir de casa mira hacia atrás, dentro de las habitaciones, oscuras, deshabitadas.

Trabaja casi sin cruzar palabras con sus compañeros que son su jefa y un joven que siempre esta perdido, desorientado. Come sola junto al mostrador, la tienda cierra al medio día pero la dueña la permite quedarse para que no llegue tarde a la hora de la nueva apertura. Su trabajo le resulta insustancial, rutinario, pero como todo lo demás. A la salida, su jefa, de su misma edad, la invita siempre a acompañarla a tomar algo, siempre rehúsa, siempre pone excusas. Para ella esa hora, justo a la salida de su trabajo es la mejor hora del día, la gusta mezclarse con la gente y caminar sola, rodeada pero sin mirar a nadie, es el momento que más sola se siente, cuanta más gente la rodea. Respira la ciudad y ve apagarse la luz de cielo para ver como poco a poco va siendo sustituida por la luz artificial de las tiendas, bares y establecimientos que a esas horas reúnen a la gente que huye de la soledad agolpándose en espacios pequeños y ruidosos. Su casa esta lejos pero ella siempre camina despacio, nadie la espera, no tiene prisa. Cuando llega a su calle se detiene en el supermercado junto a su casa y se coloca unas gafas de sol, la luz tan potente del establecimiento la ciega. Cargada con bolsas, en su mayoría botellas que vaciará sola en su casa, se introduce en su escalera y sube los pisos andando, nunca coge el ascensor, no por miedo a quedarse encerrada, si no, por miedo a tener que compartirlo con algún vecino. No soporta la idea de ser conocida, la gusta ser invisible, lo busca y lo consigue, poca gente ha hablado directamente con ella. También subir las escaleras cargada es una forma de castigo a ella misma, se flagela. Abre la puerta de su casa y la encuentra tal y como la dejó, vacía, oscura. Son pocos muebles los que se ven, poco a poco se ha ido deshaciendo de todo, sólo se quedó con lo básico, no necesita más, su música, su cama, su cocina y su librería. Es como un animal que se refugia, hiberna entre libros, entre discos antiguos y se ahoga en alcohol. El resto de su vida lo ha rechazado, tirado a la basura junto a todos los demás muebles. Se siente a gusto así, cree en su forma de vida y no le encuentra diferencia con la búsqueda de los demás. Arroja las bolsas sobre la tarima junto a la nevera e introduce la compra, las botellas, sabe que es un problema pero ella lo ha decidido, no quiere ponerlo solución. Enciende el equipo de música y de fondo suena una melodía que aún la eriza la piel, por eso sabe que no esta muerta, todavía se siente viva. La voz de Morrissey cantando “There is a light that never goes out” la enamora cada vez que la escucha. Arden las entrañas y brota el fuego en los ojos, en las piernas. Relaja el cuerpo, respira y baila, vuela envuelta en una niebla oscura que habita con ella dentro del apartamento. Se desnuda, se sirve una copa repleta de vino y sigue bailando, empapando la noche con su hipnótico bamboleo, una canción tras otra, un disco más y otro, hasta que cae rendida y borracha sobre la cama. La luz de la luna la baña el cuerpo, lo enfoca y nos lo muestra. Se siente segura aunque todos pensemos que la locura ronda su cabeza, es poderosa porque ella se entiende, se quiere, por eso, tumbada desnuda se sonríe e invoca con sus manos a su amante, ella misma lo ha construido vagando durante meses en la oscura soledad. Lo llama cerrando los ojos y como siempre, él acepta la llamada e irrumpe en su habitación puntual, fogoso, traspasando la ventana sobre la cama y tomando posesión de su cuerpo. Se olvida del mundo y le deja hacer, le deja poseerla, es ella quién le guía, le obliga porque es ella la que tiene el mando, ella le ha construido con sus manos y son estas las que marcan el ritmo. Fogoso encuentro que llena todo el apartamento de llamas. La mirada incendiada, aunque tenga los párpados cerrados se traspasa la luz de las llamas que crecen en sus ojos, la piel la quema, la sobra, se retuerce como una serpiente, gime, grita, su boca es la entrada al infierno. No abre los ojos hasta que estalla, poseyendo la habitación, el edificio, la ciudad, se expande convertida en huracán que arrasa todo convirtiéndolo en oscuridad, dejando tras su paso sólo ceniza. No se despide de su amante porque sabe que en la siguiente noche volverá, ella le ha creado, la debe la vida, sus manos le han moldeado. Cuando la luz se apaga en su interior abre los ojos, mira la luna, testigo de la pasión y la sonríe, ésta noche está inmensa, se cubre el cuerpo con una manta y se gira mirando la oscuridad del apartamento, de fondo una canción tenue que hace que la niebla sea más densa, tanto que la oprimen los párpados hasta cerrarlos. Se acabó la función, ella no sueña, al menos nunca lo recuerda. Duerme para olvidar que en unas horas se tiene que despertar.


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