Revista Diario

Sólo con el mar

Publicado el 13 diciembre 2010 por Julio
Sólo con el marSólo con el mar, día tras día, hasta que la noche lo cubre todo de oscuridad y le manda para su casa, así es como esta pasa las últimas tardes de verano. Lo mira, lo siente y lo oye, aunque últimamente ya no le escucha, esta cegado, encerrado en un sólo pensamiento, el mar lo ha abandonado, lo ha engañado. Su relación con él siempre ha sido muy cercana. El mar ha sido testigo de todos los momentos importantes de su vida. En él aprendió a nadar, a reír, a soñar. Todos los veranos, su familia hacía pequeñas mudanzas a la arena y pasaban horas tumbados bajo el Sol, para todos eran simples vacaciones, momentos para desconectar, para Oscar eran largas conversiones interiores con el mar. Mientras los demás niños, incluidos sus hermanos, jugaban con las raquetas, la arena, él se quedaba sentado cerca del lugar donde las olas rompían y lo miraba, lo escuchaba. Era una relación secreta, sabía que no podría contárselo a nadie o lo tomarían por loco. Cómo contarlo, cómo explicar que el suave sonido de las olas, el brillo, los reflejos, el horizonte en calma le traían mensajes que en su cabeza se reproducían en paisajes, sentimientos que ningún otro captaba. El mar fue testigo del primer beso con una chica a los catorce años, también fue testigo de lo muerto que se sentía por dentro cuando eso ocurrió, de lo culpable de la situación. Estaba dando esperanzas a una chica, su mejor amiga, con algo que él sabía que no podía ser.Fue testigo de los años en los que la duda, la culpabilidad le corroía las entrañas. De su liberación y de su primer amor, Jorge. Se pasó meses contándole justo en el momento que la tarde caía serena sobre sus aguas, lo que le gustaba de él, lo difícil que era todo y lo nervioso que se sentía porque pensaba que era correspondido. Una tarde de septiembre, sólo unos días antes de comenzar el instituto, se fue con unos amigos a celebrar la última fiesta de verano, a despedirlo, entre ellos estaba Jorge, llevaba semanas creyendo que él también le miraba con ojos deseosos, lo sabía porque todas las noches veía esos mismos ojos frente al espejo, mientras pensaba en el rostro de ese amigo que tan nervioso lo ponía. Recuerda que era viernes y habían bebido algo, no mucho, no solía beber. Oscar se había apartado del grupo y como siempre, estaba sentado mirando el reflejo de la luna sobre el agua del mar, un mar oscuro, denso, que esa noche atrapaba por completo su atención, tanto, que no vio a Jorge acercarse lentamente por la espalda y sentarse a su lado. Hasta que no le puso la mano sobre la suya no cayó en tan sorprendente compañía. Se miraron a los ojos y todo se apagó a su alrededor, todo fue negro, sólo ellos eran luz brillante, tan profunda que la luna se dio la espalda y se volvió oscura. Recuerda haber visto el reflejo de aquel beso sobre el mar, un beso eterno, de los que desmoronan todos los cimientos y crean nuevos caminos, nuevos paisajes. De aquel momento se le había grabado el reflejo de los dos junto al mar y el fuego que aún hoy ardía en su corazón. Siempre el mar protagonista de todos los recuerdos. Y por eso estaba él allí hoy, sentado en la arena, con el frió y la humedad entumeciendo sus huesos. Las lágrimas cayendo una a una, lentamente por sus mejillas. Le preguntaba una y otra vez, por qué lo había dejado marchar, él fue testigo de todos esos años de felicidad junto a Jorge. Pensó que él lo retendría, sin embargo lo dejó marchar, surcando el agua sobre un barco, sobre el mismo mar que él tanto quería. Hace sólo seis días que Oscar estaba cerca del lugar en el que se encontraba ahora despidiendo con lágrimas en los ojos el barco que se llevaba a Jorge a otro lugar, lejos de su piel, de sus manos. Hace seis días pensó que el mar se lo estaba arrebatando porque sentía celos de el amor que le daba a Jorge y no a él. Esperando que el mar le de una respuesta, una explicación como antes lo hacía, pero hoy no lo mira directamente, mira el horizonte que se tragó la última imagen de la persona que ama. Sabe que el mar le ha hecho suyo, que pertenece a él y por eso no es capaz de abandonarlo. Sigue sentado, como siempre, junto al mar, en el sitio donde las olas rompen, resignado a pertenecer a su soledad eternamente. Sólo con el mar, ahogado en él.

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