-Escoge una palabra Juan, escoge una palabra.-
Se lo repetía una y otra vez, sin descanso, sentado solo, en penumbra, frente a su cuaderno en blanco. Se estaba convirtiendo en un mantra que repetía cada vez que iba a comenzar a escribir, como un ritual del que ya no podía deshacerse, una manía.
-Escoge una palabra, escoge ya una palabra Juan.
Hoy se le estaba resistiendo, recordaba el día que hablando con un amigo, de sus bloqueos a la hora de escribir, del barullo de palabras que forman todo un huracán en su cabeza, éste le recomendó, le explicó más bien:
-Juan, eso te pasa porque piensan en muchas palabras a la vez, se apelotonan todas en tu cabeza y construyes un muro con ellas del que no sale nada, sólo rabia e impotencia. Lo que debes hacer simplemente, es escoger una, así al azar, una sola palabra y dejarla pasar, aunque no te guste. Esa palabra que liberas dejará el camino abierto para que las demás la sigan volando por tu inspiración. Sólo una palabra es la que necesitas.
Ese consejo se lo grabó en la mente, tanto que desde entonces, justo antes de empezar a escribir, cuando todas las palabras le bloqueaban la mente, recitaba esa frase, una y otra vez, hasta que la palabra pasaba y comenzaba a hilar una tras otra, tejiendo historias que ni él mismo se creía capaz.
Esta noche, Juan, lleva varios minutos repitiéndola, sin lograr ningún resultado. Comienza a desesperarse y cada vez lo recita en un grado de intensidad más alto, elevándolo gradualmente, hasta casi gritar.
-¡Escoge una palabra Juan, escógela! Venga... Tiene que estar ahí, escoge la maldita palabra.
Se levanta, camina nervioso, hoy no le esta funcionando, hoy le esta poniendo nervioso. Comienza a odiar esa palabra que no sale, que no se le ocurre. Mira el papel en blanco y lo odia, apretando los dientes, la furia brota, se convierte en ira. Se vuelve a sentar, sudando, ha construido un muro, no ve más allá, empieza a bufar, no sabe que hacer, coge la pluma y se acerca al cuaderno, la mano le tiembla, como evitando que se acerque al papel. En su cara se intuye un esfuerzo grande por llegar a él.
Cuando lo consigue, sólo garabatos, tachones que atraviesan la hoja, la descuartizan. Un acto de ira, de descarga de emociones. Grita mientras hace añicos la hoja en blanco, una tras otra, irracional. Las lágrimas brotan de sus ojos. Se ha introducido en un túnel, oscuro, donde no ve la salida y es libre para desahogarse, expresarse. Tira la pluma y arranca hoja tras hoja haciéndolas añicos, minúsculos trozos que lanza sobre su cabeza. De repente se queda quieto, mirando las pocas hojas que quedan a su cuaderno, con la boca abierta. Lentamente sacude todos los trozos que tiene por encima de su cuerpo, de la mesa, del cuaderno, lo coloca todo en su sitio, se sienta y coge la pluma. Su cara se ha relajado, su mirada es cristalina, refleja la blancura del papel que tanto le ha enfurecido. Lentamente se acerca y escribe una palabra, una simple palabra.
-Escoge.
Se sonríe, tímidamente con los labios, en aumento, comienza a reír a carcajadas mientras sigue escribiendo.
-Escoge una palabra Juan, escoge una palabra-
Se lo repetía una y otra vez...