¡Eh! –Grito desde el pórtico- ¿Por qué robas mis flores?
No, no las robo, las tomo prestadas para no devolverlas nunca –Replico con dulce voz-.
¡Vuelve!, no corras, olvidas su perfume –mientras recoge el listón rosa que había retenido sus cabellos de oro-.
Es tuyo, quédatelo, guárdalo y cuídalo junto a este corazón mío que te presto para que no me sea devuelto nunca –desapareció de su vista-.